Te ví y mi vida cambió
Son las 12:12 pm de ese cálido lunes 16 de marzo. Escuché tu primer llanto y sentí que el corazón se me iba a salir. “Es un niño”, dijo el doctor. Tu papi y yo nos vimos a los ojos y no pudimos evitar llorar. Te acercaron a mí, pude sentir tu piel junto a mi rostro y te di el beso más dulce que jamás di. Te alejaron de mi lado y no pude verte hasta el siguiente día. Papi estuvo junto a ti los cinco minutos de cada hora que le permitían en el intensivo. Me tuve que conformar con las fotos que él me traía en donde se veía tu carita llena de paz. Moría por tomarte en mis brazos y me motivaste a ser fuerte aunque el dolor de la operación era casi inaguantable.
Al día siguiente, me levanté temprano y me bañé y arreglé para irte a ver. Ese camino en silla de ruedas se me hizo eterno. Solo quería correr a verte y abrazarte. Entramos al intensivo. Me lavé muy bien las manos y me puse la bata. Y, ahí estabas. Tan pequeño pero te veías tan fuerte. Eras tres libras y media de pasión por vivir y me sentí tan orgullosa de verte tan fuerte, incluso con miles de cables junto a ti.
Recuerdo haberte dicho: “Hola, soy mamá”. De inmediato abriste tus ojitos y no pude evitar llorar. Eras tan perfecto. Te movías como cuando estabas dentro de mí y supe, desde entonces, que venías decidido a comerte el mundo. Me sentí tan afortunada de poderte dar de mamar y, aunque no tenía ni idea de qué hacer, tú me mostraste el camino. Fueron muchas horas las que estuvimos tan cerquita, que amé poderte tener solo para mí. Papi hizo un gran trabajo al cangurearte y esa imagen de mis dos amores juntos es indescriptible.
Pasamos una semana en el intensivo y di muchas gracias a Dios que solo necesitabas ganar peso para poderte llevar a casa. Te confieso que tenía mucho miedo de sacarte del hospital. Quizá eran las hormonas las que me estaban afectando o el miedo a que te pasara algo. Pero tú me enseñaste que eres más fuerte de lo que todos pensaban. Esa primera noche en casa dormiste entre nosotros. La pequeña cunita se veía enorme contigo en medio y tratamos de descansar tomados de tu mano. El despertar fue algo maravilloso. Por fin te teníamos a nuestro lado y, aunque no sabíamos hacer mil cosas, parecía como que nos ibas guiando a cada paso.
Este fue el inicio de esta gran aventura. Creía que tenías tanto que aprender pero me enseñaste cosas que, a mis 31 años, no sabía. Creía conocer el amor incondicional, pero me enseñaste que hay vínculos invisibles que son muy fuertes. Me enseñaste a enfrentar los retos y a salir adelante, aún si solo mides 45 centímetros. Me enseñaste que los pequeños milagros son los que hacen de esta vida, un viaje maravilloso que vale la pena vivir.
Un abrazo en la distancia,
La Joze
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