Copiamos y reproducimos patrones
Quién no recuerda aquellos días de adolescencia en los que amparabas tus reacciones en decir “es por culpa de mis papás”. Claro que era mucho más fácil el pasarle la responsabilidad de nuestros actos a alguien más. Y aunque para muchos esos días de juventud ya han pasado, pareciera que se les olvidó madurar. Sí, madurar y tomar responsabilidad de lo que hacen.
Empecemos por el principio. Las personas con las que crecemos definen en gran medida las personas que seremos al crecer. De ellas aprendemos sobre los demás y nuestro papel en la sociedad. Claro que no todo sale perfecto y con el paso del tiempo se van desarrollando adultos con atributos y carencias. Y aquí es donde empieza el trabajo personal.
De niños tenemos pocas oportunidades para ir “en contra” de lo que nuestros papás creían porque, siendo honestos, es lo único que conocíamos como nuestra “verdad”. Al ir creciendo, nos dimos cuenta que aunque hicieron lo mejor que pudieron por criarnos correctamente, hay actitudes y creencias que van en contra de lo que ahora creemos correcto.
Si somos lo suficientemente valientes, nos damos a la tarea de pulir nuestra visión de la vida aunque esto signifique cambiar nuestros paradigmas. No, no es una tarea fácil porque deja al descubierto heridas pasadas que debemos de sanar para poder ser una mejor versión de nosotros mismos.
El repetir patrones puede ser algo que inconscientemente no nos deje ser completamente plenos. Podemos pasar mucho tiempo definiendo nuestro nuevo ser pero algunas veces, cuando todo parece no tener sentido, se abre esa puerta que tiene guardado todo lo que aprendimos de pequeños y que nos sirve de caparazón al afrontar nuevos problemas.
Frases como “me oigo igual a mi mamá” o pelear por cosas sin sentido reproduciendo exactamente lo que vimos en casa, son señales de alarma que nuestro subconsciente nos envía. Lo irónico de todo este asunto es que con frecuencia es durante esas crisis en nuestra cabeza una vocecita nos está diciendo: “ya te diste cuenta que estás actuando como tu papá” o “por qué estás peleando por cosas sin sentido”. Son actitudes que nos hacen sentir cómodos, porque es algo conocido, y que lejos de ayudarnos a manejar mejor las cosas hacen que retrocedamos en nuestro aprendizaje.
Pero hay patrones que sí valen la pena repetir y atesorar como parte de nuestra identidad. Son esos los que hacen que salga lo peor de nosotros mismos a los que debemos de cerrarles la puerta para poder sanar las heridas y empezar otra vez.
Un abrazo en la distancia,
La Joze
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